miércoles, 18 de noviembre de 2009

EL VACÍO

"la entrañable Anita"


Isla Cristina 13 de Noviembre de 2009

Nada más llegar lo noté. Un vacío en mi interior y un silencio (que ni los motores de Pepe el de los pulpos), amortiguaban.
Fuimos a comer y lo hicimos como se dice vulgarmente -como los pavos-, deprisa y corriendo. Mi mujer se echó un rato y yo casi ni la deje descansar, porque estaba ansioso esperando el momento de la llamada al móvil, anunciando la ida al Cementerio.
Cuando llegamos al Cementerio no tenía paciencia de esperar a sus hijas, para que me orientasen del lugar de la tumba, (yo no se que me esperaba encontrar), inmediatamente me dirigí al sepulturero y casi sin escucharlo, creo que por instinto, la encontré, como siempre estaba ella en el medio.
Ella era eso (el medio), de todo y de todos. Es hoy sábado y a pesar de la cálida acogida por parte de sus hijos, siento un vacío que es difícil de controlar. Pienso que con el tiempo lo superaré. Con mis padres y seres queridos me pasó igual.
Ahora hasta que mi espíritu lo asimile, me sobra tiempo. Tiempo que era el suyo.
Desde hace ocho años y medio, no faltaba un día de los que veníamos, en el que el ritual era el mismo. Descargar la maleta y los trastos y, casi sin organizar nada (solo lo justo), de meter en el frigorífico cualquier alimento y, ya estábamos escaleras abajo camino de su casa.
Porque era tanta la alegría que ella manifestaba y nos comía a besos, que la satisfacción era mutua.
Siempre me quedará también esa satisfacción a mi, porque por lo menos conseguí, que tanto ella como su querido hermano, anhelasen el momento de nuestra llegada, con entusiasmo, como dos niños esperando la cabalgata de reyes. Tuve la suerte de hacerles felices, por lo menos los días que estábamos allí. A ellos todos los días les parecían pocos. Sentían mucha alegría a la llegada y también pena cuando nos íbamos.
Mis llamadas por teléfono, les daba vida a ambos y por lo menos ese día les cambiaba el chip.
Conseguí llevarlos al cine (que no habían pisado en 40 años), los llevé a Portugal, que aún estando tan cerca, para ellos era otro mundo. Nunca habían viajado a Sevilla y, los hice viajar a la boda de mi hija. En innumerables ocasiones de fiestas en Isla Cristina, teatros etc.
Cuando salíamos, incluso los hijos en broma nos decían, que parecíamos los cuidadores de una residencia de ancianos, porque ella iba de mi brazo y su hermano del brazo de mi mujer.
Pero nosotros nos sentíamos orgullosos de llevarlos, porque era tanta la alegría que sentían, que nos hacían sentirnos bien a nosotros.
Por eso me quedo con lo mejor de ellos, su amistad y cariño sincero.

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